Parasite: Una enfermedad particular
Primera
toma: La calle es vista desde un traga luz de un sótano.
Parasite
(o parásitos en español) es una película que de entrada conecta con todos; al
menos con todos quienes hemos sido partícipes de la experiencia digital del
internet. Sin embargo, lejos de ser una película placebo para los enfermos del capitalismo, es una película
polisémica, que actúa en dos sentidos claros (ricos y pobres) y a la vez en uno solo (el capitalismo en el
siglo XXI). A partir de eso, tratar de desglosar cada significado, movimiento y
secuencia sería un trabajo estético rico en detalles (cabe recalcar que nada está de más, desde la
elección de la música clásica europea en los momentos épicos de la película y
las estrategias maquiavélicas de los personajes al estilo de la tragedia
shakesperiana). No obstante, lo que nos convoca en este artículo es el pensar
político de estos detalles reconocibles para occidente y cómo el lenguaje de
los efectos nocivos del capitalismo se transforma en una estética de la astucia
en todos quienes lo padecen.
Centrémonos en dos
cuestiones claras de la película: La primera, los silencios de la película y la
segunda, las dos representaciones de las dos clases sociales. En la primera
veremos condensado metafóricamente a la segunda, puesto que son los silencios
de la película ese gran muro que nos impide conocer-entender los secretos que
manejan los personajes. Para poder comprender mejor lo que se menciona, citaré
las dos escenas claves: El joven Kevin (así apodado por su jefa) escribe en un
papel una declaración que solo Da Hye
puede leer, la cual es un misterio para
el espectador; lo mismo ocurre con la escena en la que el sr. Park, al descubrir unas bragas dentro de
su Mercedes Benz, confiesa en el oído de
su esposa lo que más le preocupa sobre el tipo de mujer que podría ser la dueña
de la prenda.
Sucede que estos
silencios parecerían estar dirigiéndose a quienes pudiesen fantasear con el contenido de lo que Kevin
escribe o lo que el sr. Park dice, talvez, por el solo hecho de haberlo experimentado ya de
alguna manera. Y en ese sentido, supone un muro de comprensión, para un
espectador otro. Es un juego lúdico y
a la vez político que nos recuerda a Doris Sommer cuando nos habla de la
escritura particularista y sus implicaciones dentro del lector. ¿Hay una
narrativa particularista en los silencios de Parasite? Claramente hay unos silencios inaccesibles para la
cultura occidental, pero que además están inaccesibles para quienes no puedan
verse reflejado en los personajes y es ahí en donde entra la segunda noción a
reflexionar: las dos representaciones de las clases sociales. Los desmanes que
viven unos y otros por su estatus económico no serán tan importante de pensar,
si no lo reflexionamos cuestionándonos ¿hasta qué punto esto es mi espejo? A
partir de ahí, todo lo que no sea nuestro espejo se convertirá en eso otro que no me interpela.
En esta película no hay
buenos ni malos, hay dos productos y un solo origen: El capitalismo. Los
personajes se mueven dentro de una estética de la astucia; una metis, diría Doris Sommer citando a los griegos: “Los tropos tienen
cierto parentesco con lo que los griegos llamaban metis, una estética de la astucia que le permite al débil
sobrevivir mediante el empleo de argucias para escapar del mismo sistema de
poder que busca destruirlo”.[1]
De esta manera,
dependiendo del espectador, los personajes serán o no personajes maquiavélicos;
mientras tanto, durante toda la película, otros se sentirán conflictuados con
el insistente mercantilismo de la dignidad, expuesto con las palabras: horas
extras. Significados cerrados para unos, y completamente abiertos para
otros. Parecería, entonces, que la película traspasara el mapa de la tradición
y cultura asiática para convertirse en un lenguaje particularista cerrado al
círculo intelectual académico (puesto que la película entra en el lenguaje de
los afectos y de las experiencias, mas no del análisis); Desde falsificar un
título universitario hasta soñar con “qué cuarto de la casa quisieras si fuera
tuya”, todas acciones y expresiones que solo anidarían afecto en quienes lo
hayan vivido en carne propia.
Pero el final de la
película afirma aún más su incomprensibilidad; el chófer asesina al jefe,
convirtiéndose así en un villano y cerrando al mismo tiempo con broche de oro
el proceso creciente de la gran estafa. La policía toma parte del suceso y el
padre de familia, al que le ha costado sacar adelante a sus hijos y esposa,
queda –sugerentemente- destinado a ser una “plaga” en la casa, habitando el
sótano y saliendo por las noches como un insecto que busca alimentarse. De esta
manera, la empatía egocéntrica del Yo reflejado en el Otro, a manera de
proyección, queda imposibilitada para el espectador, a no ser que el espectador
entienda el lenguaje particular de los personajes; aquel lenguaje que solo
hablan los enfermos del capitalismo.
Bibliografía:
Sommer, Doris. “Una retórica del
particularismo” en Abrazos y rechazos,
cómo leer en clave menor. México: Fondo de Cultura Económica, 2005.
[1] Doris Sommer, “Una retórica del
particularismo” en Abrazos y rechazos,
cómo leer en clave menor (México: Fondo de Cultura Económica, 2005), 40.
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