María y el corazón de una comunidad: el Pawkar Raymi y otras experiencias.
E
|
s
un día común en las calles Aguirre y Pichincha de Guayaquil. Un ambiente fresco
recorre la ciudad y la gente camina por las calles sin mayor prisa. Estos son
la clase de días que a María le favorecen para vender.
Mientras
me acerco tímidamente a ver si me permite hacerle una entrevista, María cobra
un par de cigarrillos. Me escucha, pero no me responde. Tengo que hacerle
nuevamente la pregunta: Hola, estoy haciendo una investigación sobre el Pawkar
Raymi, ¿Cree que me pueda ayudar?
Pasa
un minuto y con desgano me responde: -¿qué quiere saber?
Le
explico un poco sobre mi proyecto investigativo y le pido formalmente una
entrevista. Ella accede a dármela, pero para mi infortunio, no me da
autorización de grabarla ni en video ni en audio.
Normalmente,
las investigaciones de este tipo necesitan ser grabadas para no perder
absolutamente nada; sin embargo, María no cede ante ninguna de mis peticiones.
No me queda otra salida que aceptar sus condiciones… me despido y prometo
regresar.
Pasan
las horas y me doy cuenta cuan complicado es salir de las lógicas de
comunicación que uno tiene día a día con las personas. María tiene su kiosko
afuera de mi universidad, la veo siempre, y casi siempre le compro un
cigarrillo o una botella con agua… pero nunca le pregunto cómo está.
Antes
de atreverme a realizar mi investigación sobre la fiesta del Pawkar Raymi,
había pensado en que María parecía una persona fácil de acceder… de alguna
manera, no había considerado mi falta de interés hacia ella durante todo ese
tiempo. Pero lo interesante de acercarme a ella fue justamente su falta de
interés en mi propuesta… ¿qué podía esperar? Yo era una desconocida.
Llegó
el día siguiente y mis nervios regresaron, seguía un poco tímida por no saber cómo
abordarla, pero sobre todo por no saber cómo atrapar en mis manos y en mi letra
todo lo que en ese momento María me diría.
-Buenas
tardes, regresé ¿Me puede dar un momento para hacerle la entrevista?, le
pregunté, mientras mi lengua se enredaba de los nervios. Se notaba que no solo
yo estaba nerviosa, sino que ella también estaba incomoda. Me dio un asiento y
esperó a que le empezara a preguntar. Pero yo, aun con mi timidez, no pude
evitar la curiosidad de saber por qué no quería que la grabase. Su hija, una joven de unos 24 años, respondió
a mi pregunta:
-A
mi mamá no le gusta hablar en público porque le da miedo equivocarse y, como la
otra vez se vio en una pantalla de su universidad, ya no quiere que nadie la
grabe.
Era
claro que la actitud de María no tenía que ver conmigo, sino con lo que en otra
ocasión otros estudiantes o alguien relacionado a la universidad habían hecho
sin su autorización.
Cuando
comprendí el porqué de su actitud, escribir ya no me pareció tan tedioso, me
pareció un acto de respeto frente a la decisión de María.
Guayaquil
se caracteriza por ser una ciudad cosmopolita que a lo largo de su existencia ha
acogido a migrantes de otros países como de otras regiones del país. María era
una de esas personas que habían llegado a Guayaquil con la iniciativa de
dedicarse a las ventas.
Había
partido de Colta, provincia de Chimborazo, para llegar a Guayaquil hace
veinticinco años. Su llegada a la ciudad no había sido fácil; al inicio llegó, como
muchos migrantes de la Sierra del país, para trabajar como vendedora ambulante…
-Ya
hace tiempos que vine. Al principio trabajaba en la bahía vendiendo manzanas
como ambulante, pero nos sacaron de allá. Nos reunimos todos los vendedores
ambulantes y dos años pasamos luchando para que nos reubiquen, ahí luchando y
luchando me quedé en este puestito ya hace dieciocho años. El primer año nos
dejaron estar sin pagar, ya después nos han cobrado el alquiler hasta ahora.
Pero igual todavía no me compro acá la casa, yo alquilo, en el Colta tengo mi
casa para cuando voy allá.
Mientras
María contaba cómo había sido el cambio que experimentó al llegar a la ciudad
desde el campo, sus ojos se llenaban de nostalgia y su tono de voz iba cambiando.
Ya no me respondía apáticamente, ahora me hablaba como queriendo contagiarme de
su experiencia; sobre todo, de las malas experiencias vividas gracias a las
lógicas municipales.
Claro
que esas lógicas, por ser guayaquileña, me las conocía muy bien; por lo que no
quise ahondar en eso, sino más bien en aquellas maravillosas experiencias que
dan las fiestas.
Para
mí, era importante saber que tan seguido María visitaba su pueblo natal y, para
cosas del azar o de la lógica, su respuesta fue justamente lo que necesitaba
para empezar mi investigación:
-¿Viaja
todos los años?
-Casi todos los años. Para Carnaval más
que nada que se reúne toda la familia para ver los juegos, las danzas…
-¿Qué
significa para usted el Carnaval?
-Es algo bonito para ver como la
comunidad sale a bailar, hay los juegos, las comparsas. Están desde el domingo
hasta el miércoles y la familia sale se reúne a mirar, a pasar todos juntos
jugando con agua y polvo.
El carnaval para María era mucho más que
lo que me acababa de explicar, lo sabía por la sonrisa un tanto infantil que se
dibujaba en su rostro. Era claro que para ella era diferente que para mí, que
también soy ecuatoriana.
Y es que el carnaval para lo kichwas es
en realidad algo más, es la fiesta del Pawkar Raymi o época del florecimiento.
Esto tiene que ver con toda una tradición cultural, pero también con su
pensamiento cosmogónico: El Pawkar Raymi es una antigua
ceremonia religiosa andina en honor a Pachacámac o Pacha Kamaq,
cuyos preparativos inician anualmente desde el mes de enero, celebrándose el
veintiuno de marzo, para agradecer y compartir los productos que cada año les
obsequia la Pachamama o madre tierra.
Ya habían pasado unos cuantos minutos de
mi entrevista, apenas había podido escribir todo lo que María me había
compartido; es que en realidad eran muchas cosas las que me decía sobre el
Carnaval y el Colta, como por ejemplo que el municipio les exige participar a
todas las comunidades y que cada una debe preparar sus comparsas, ya que en cada
comunidad existen casas comunales. Estas están organizadas por presidente, secretario
y tesorero, los cuales organizan lo que se va a hacer para el carnaval. Ahí, quienes
saben sobre las tradiciones y danzas enseñan a los que quieren participar. Por
lo general, se inscribe cualquier persona sin importar la edad ni el sexo.
Desde el 2003, en Chimborazo, se han
venido realizando los Carnavales por la
Vida; en estos, se ha ido recuperando de a poco muchas tradiciones. El objetivo
de estos carnavales ha sido el de difundir el valor cultural de cada ciudad y
atraer turismo, pero sobre todo hacer posible la resistencia cultural y la
permanencia de las danzas y rituales frente a imposiciones religiosas.
María pasó alrededor de unos ocho
minutos contándome con mucha alegría como estas fiestas son importantes para la
comunidad, aunque con mucho énfasis no dejaba de recalcarme que ella y su
familia no participaban en ellas, ya que solo hacían de observadores. Yo no
comprendía por qué María quería dejarme en claro el hecho de que su familia y
ella solo veían estas danzas como un momento de esparcimiento (ya que muchos
kichwas también beben alcohol como parte de la celebración) hasta que llego una
de mis preguntas más complicadas: -¿Profesa usted alguna religión?
Debo confesar que tuve que explicar mi
pregunta, puesto que para María –siendo kichwa evangélica- la palabra religión
no era algo con lo que ella se identificaba.
Lo cierto es que María, al igual que la
gran mayoría de kichwas del Chimborazo, tal como lo explica Luis Baca en su
libro Cronista de las fiestas populares,
2015, habían sido evangelizados por misioneros norteamericanos, cuya religión
era la cristiana evangélica.
Esta realidad es la que en cierta manera
truncó un poco mis expectativas sobre conocer más acerca de la tradición
indígena, puesto que María no tenía un vínculo muy cercano con las fiestas –y con
esto me refiero a que ella no tenía un vínculo espiritual con las celebraciones
andinas-. Sin embargo, algo me quedó claro, es que la tradición y el compartir
en comunidad eran dos cosas que calaban muy adentro del corazón de María, quien
sonreía cada vez que describía sus experiencias en el carnaval.
Comentarios
Publicar un comentario